sábado, 2 de julio de 2016

¿Ser amigo de los hijos es posible?

Los nuevos padres quisieron romper la ancestral lejanía de sus hijos. La palabra que parecía resumir mejor ese nuevo sentimiento era amistad y, entonces, los padres y las madres, llenos de un profundo y sincero deseo de hacer las cosas bien, anhelaron ser amigos de sus hijos. Este bienintencionado afán ha producido efectos no deseados. Muchos padres han abdicado de su autoridad, sin conseguir por ello acercarse a sus hijos. Para evitar enfrentamientos, han preferido aguantar cosas que no les gustaban.

Dentro del amplísimo campo de afectividad conviene distinguir al menos tres tipos de experiencias, que son aplicables al tema de este artículo:  
1. Deseos: Los padres desean que sus hijos los quieran, que sean felices, brillantes, ricos triunfadores, buenos.
2. Sentimientos: Sienten ternura, preocupación, miedo, alegría, tristeza, irritación, cansancio, según las circunstancias
3. Apegos: Son lazos afectivos muy profundos, fundados en peculiares relaciones y en un trato continuado.
La amistad se da siempre entre iguales. Por esta razón fue durante muchos siglos imposible la amistad entre esposos: dentro de un sistema patriarcal no había relación de reciprocidad entre ellos. Incluso en la actualidad, mucha gente duda de que pueda haber verdadera amistad -amistad no amorosa- entre un hombre y una mujer.

Los padres no son los amigos de sus hijos

La relación entre padres e hijos debería integrar algunos rasgos de la amistad, pero no todos. Los padres no son los compañeros de sus hijos, no son sus iguales. Tienen obligaciones educativas que les exigirán a veces imponer su autoridad. La pretensión de algunas madres y padres de eliminar las distancias entre ellos y sus hijos suele provocar en estos una notable irritación. La relación paterno-filial debería ser una amistad sin reciprocidad estricta. O sea, otra cosa. 
Consejos en la relación con los hijos: 
  • Hay que ser conscientes de las emociones del niño y del adolescente, sin magnificarlas ni trivializarlas. Y, desde luego, no ridiculizándolas nunca.
  • Hay que pensar que las situaciones emocionales son una oportunidad para intimar y enseñar.
  • Hay que escuchar empáticamente, dando importancia a los sentimientos y problemas de los niños, por muy absurdos que parezcan.
  • Los padres deben dar apoyo afectivo para que sus hijos resuelvan sus problemas, pero no resolvérselos siempre.
•Es importante tener en cuenta que lo importante no es juzgar los sentimientos, sino los actos. Los hábitos comunicativos han de establecerse desde la infancia. Solo así pueden resistir la turbulenta etapa de la adolescencia, cuando los grupos de iguales se convierten en el centro vital de las muchachas y los muchachos.
La adolescencia es reservada y miente con destreza. Es en ese momento cuando padres y maestros querrían ser amigos de sus hijos, pero los amigos están fuera de casa. Y así debe ser. Ha comenzado el proceso de independencia, con todas las tensiones y contradicciones. Es entonces cuando los hábitos del corazón y de la comunicación ya existentes -la confianza, el que no haya conversaciones tabú, el sentido del humor, el aplauso, la crítica razonable- pueden mantenerse, dando origen a esa peculiar amistad sin reciprocidad estricta de la que les he hablado.
Fuente: José Antonio Marina Catedrático de Filosofía. Experto en teoría de la Inteligencia. Escritor.